Irrupción en Brasil. ¿Qué pasa cuando el espacio público de las ciudades se vuelve territorio de disputa política violenta?
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El pasado domingo 8 de enero, apenas una semana después que Lula asumió por tercera vez como presidente de Brasil, se produjo un levantamiento histórico en la capital brasileña como forma de intento de golpe de Estado y deslegitimación de la nueva presidencia. Los actos fueron protagonizados por “simpatizantes” del ex presidente Jair Bolsonaro que al grito de “La victoria será nuestra” irrumpieron en el Congreso, el Tribunal Supremo y el Palacio presidencial de Planalto, las tres sedes de poder del Estado brasileño. La protestas iniciadas bajo la apariencia de una autoconvocatoria masiva y federal, en donde los manifestantes se acercaron desde distintos estados del país, devinieron en una jornada violenta y con múltiples detenidos. Si bien no hay una respuesta a las inquietudes que arroja este episodio, sí hay elementos claros para poder interpretar estos nuevos intentos de golpes de estado bajo la forma de la autoconvocatoria ciudadana espontánea.
1. Sin Trump no hay Bolsonaro.
La irrupción al capitolio estadounidense exactamente dos años antes, sentó un precedente de comparación clave entre aquel día en Estados Unidos y lo sucedido en Brasil. La victoria de un presidente progresista sobre uno de derecha, el contexto de polarización entre dos candidatos, espacios y formas de hacer política, la estrecha diferencia de votos y la acusación de fraude electoral, fueron características de ambos escenarios. Aquel que desencadenó las protestas en el Capitolio se asemeja demasiado al que ahora tomó la instituciones en Brasil. A primera vista, podemos ver como la conformación de una expresión populista, ciudadana y supuestamente autoconvocada, fogoneada por las fuerzas de Trump, que derivó en actos violentos impugnando el régimen democrático, imprime su carácter en el bolsonarismo.
2. La izquierda en el gobierno, la derecha en las calles.
El inicio de lo que finalizó el pasado 8 de enero en Brasilia se remonta al día de las elecciones, cuando los bolsonaristas acamparon frente al Ejército para pedir su intervención en lo que consideraban como un fraude electoral. 70 días pasaron desde ese momento hasta hoy, en que dichas concentraciones fueron in crescendo hasta el punto de trasladarse desde distintos puntos del país hacia la capital. La pregunta es ¿Por qué las fuerzas de seguridad e instituciones del ejecutivo responsables no tomaron la decisión de desconcentrar a aquellas personas que de manera reiterada pedían insistentemente por la intervención militar para corregir el supuesto fraude? Inclusive, en las jornadas del 8 de enero, es evidente la dificultad con la que la policía evita el ingreso de las personas al interior de las instituciones de gobierno, las cuales deben contar con la máxima seguridad en el territorio nacional. Si bien, parte de las hipótesis sobre esto hablan de una cercanía entre miembros de las fuerzas y el ex presidente Bolsonaro, lo cierto es que a los gobiernos de izquierda siempre se les hace más difícil contener y desarticular movimientos violentos, golpistas y negacionistas que a los gobiernos de derecha reprimir e impedir la movilización ciudadana.
3. ¿Movilización, manifestación, participación?
Las últimas décadas estuvieron marcadas por un ineludible incremento de espacios de ultraderecha y/o extremistas cuyos simpatizantes ocuparon las calles acompañando a sus representantes y a su ideología. Si bien pareciera que todas las ideologías juegan con las mismas reglas, dentro del régimen democrático, lo cierto es que estos espacios políticos no lo hacen a través de los mismos medios que las fuerzas “moderadas”.
La militancia activa de la ultraderecha actual también marca una gran diferencia con otros momentos de la historia. Tiempo atrás, las calles fueron el punto de disputa política propia de sectores progresistas, mientras que de los conservadores, fueron el control de las instituciones y la represión de la movilización ciudadana.
Para encontrar el orígen de la movilización de simpatizantes de ultraderecha en los grandes centros urbanos latinoamericanos hay que remontarse a las teorías e hipótesis de fraude electoral, de supuestos atentados contra los candidatos de sus espacios y de acusaciones de corrupción sobre los dirigentes de izquierda. Es así, que la conformación de una base militante violenta y desarticulada, junto a aliados en medios, empresas, partidos y el poder judicial conforma el nuevo aparato de poder de las nuevas derechas que buscan controlar las instituciones y morigerar las transformaciones que desarrollan las fuerzas progresistas.
Ahora bien a la vista de estos tres elementos que nos ayudan a entender un poco más los episodios en Brasil, nos queda la tarea de poder separar lo que es participación ciudadana democrática, plural y diversa y sobre todo, fundamentalmente no violenta, de las expresiones destituyentes, intolerantes y con discursos de odio que aniquilan al “adversario político”, que buscan sortear las reglas del juego democrático e imponer sus creencias a través de la fuerza y no del consenso. Las calles seguirán siendo de todos y todas y así deberá ser en una sociedad que protege la importancia de la manifestación de las expresiones ciudadanas y sobre todo, la que busca que esas manifestaciones se traduzcan en participación, activa, reiterada, vinculante y transformadora. Quizás, sea el ejercicio de esas democracias las que debamos fortalecer quienes creemos en ellas, para dar una respuesta contundente a quienes no se sienten escuchados ni representados por el status quo y sí por personalidades carismáticas, teorías conspiradoras o discursos de odio que le brindan la representación que no encuentran en otros espacios.
Por Joaquin Chesini, Asistente de Innovación Pública 360° en Asuntos del Sur.